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El
hombre hoy se
encuentra en una
paradoja espantosa:
necesita y busca
consumir sabiendo
que así destruye su
entorno. Una carrera
hacia el abismo que
no acierta a
detener. Compra
celulares a
sabiendas de que el
principal componente
de ellos se extrae
arrasando parte del
Congo, incluyendo a
su gente. Basta con
averiguar qué es el
coltan. No es
difícil. El acceso a
la información es
hoy amplia y no hay
excusa para no
llegar a ella. O sí:
la indiferencia
suicida. En el habla
cotidiana se detecta
la clave del asunto:
«La degradación de
la Naturaleza»
«La alteración de la
Naturaleza»
«La contaminación de
la Naturaleza»
Pero si el hombre
es parte de la
Naturaleza.
Sin embargo, la
simbolización de la
realidad por medio
de la palabra nos
ubica fuera de la
Naturaleza. Como si
no perteneciéramos a
este planeta. Como
si habláramos de los
recursos de otro
planeta, distante y
deshabitado.
Analizamos al mundo
descomponiéndolo en
partes y
separándolas unas de
otras. El
aislamiento de los
componentes nos
aísla, ya que somos
componentes también
de ese mundo. Y así
nos hemos alejando
de nosotros mismos,
atomizándonos. Lo
que le pasa al otro
nos pasa a nosotros
pero no lo queremos
saber. Los procesos
humanos son lentos.
La Historia es una
sucesión de pequeños
cambios de discurso,
muy pequeños, que no
se heredan como los
genes. A lo sumo, se
copian. También se
olvidan. En el mejor
de los casos se
mejoran. Pero la
tendencia natural
del hombre a la
degradación exige
esfuerzos
permanentes para
sostenerlo por
encima de la bestia.
Por cada poeta hay
cien criminales.
Catón el Censor
terminaba cada
discurso pidiendo la
destrucción de
Cartago. Los Bush
pidiendo la
destrucción de Irak.
Éstos no tiraban
higos al piso.
Hubiese sido visto
como algo ridículo o
teatral. Durante
milenios se
consideró a la
Naturaleza como algo
divino. Se la
explotaba pero
siempre la riqueza
extraída era un don
divino. Si crecía o
no el trigo era obra
de Dios, aunque el
hombre empleaba
técnicas para
mejorar las
cosechas. El herrero
era un ser semi
divino. La química
era alquimia,
ciencia mística. Los
seres humanos
nacían, vivían y
morían igual que hoy
en día. Aún tenemos
hambre, frío y
enfermedad. Lo
distinto es la forma
en que combatimos
todo eso que también
es parte de la
Naturaleza. En 1214
nació Rogelio (o
Roger) Bacon en lo
que hoy es Gran
Bretaña. No es un
dato menor. Allí
nació también la
Revolución
Industrial que agotó
recursos de medio
planeta y condenó a
millones a una vida
miserable. Era
franciscano. Ser
religioso en el
Medioevo implicaba
rechazar la
naturaleza humana
por ser campo de
acción del Demonio.
Dominar las
tentaciones, negarse
al Mundo. Para
vencer al enemigo
(lo natural) nada
mejor que conocerlo.
No es el
conocimiento de lo
maravilloso para
amarlo, es el de lo
siniestro para
combatirlo. La
intención determina
el resultado. Sólo
el Sabio es capaz de
aceptar lo real.
Pero en aquellos
tiempos lo real,
para el estudioso,
era un monasterio o
un claustro
amenazados por los
demonios que
buscaban arrojar al
pecador a los
infiernos. Las
controversias más
furiosas eran cosa
común. Bacon mismo
fue condenado en
1278 a ser
enclaustrado. No
olvidemos tampoco
que en esos tiempos
todo estaba
influenciado por la
amenaza de la
herejía y el miedo
al Islam. Para
Bacon, experimentar
es poseer la técnica
que permita utilizar
las fuerzas de la
Naturaleza. Concebía
el universo como un
conjunto de fuerzas
ocultas y mágicas
que el sabio debe
estudiar y poder
desencadenar
voluntariamente.
Ahora bien, si hay
una fuerza mágica
que produce
determinado
fenómeno, y el sabio
logra desencadenarla
voluntariamente, lo
mágico y oculto deja
de serlo y deriva en
técnica. El sabio
adquiere el poder de
la deidad, pero no
es la deidad.
Adquiere su poder
pero no su
sabiduría. Lo divino
se hace profano. Se
profana la
Naturaleza. La
deidad ya no es
necesaria, el hombre
la reemplaza. Es
indiferente que Dios
exista o no dentro
de este sistema de
ideas. Lo importante
son sus
consecuencias: la
desacralización de
lo natural. Más
tarde lo natural
deja de serlo. El
hombre modifica y
crea nuevas
naturalezas. Para
poder comer carne
natural hay que irse
al medio del campo o
criar una vaca en el
patio de la casa.
Como dije antes, los
procesos humanos son
lentos. Pasaron 500
años hasta que
estalló la
Revolución
Industrial. Cinco
siglos alcanzaron
para que el discurso
del «Dominio de la
Naturaleza» se
implantara en
nuestras mentes.
Claro que al estar
disociado de ella,
ese dominio no
incluye al hombre
mismo. Es el cuento
del Aprendiz de
hechicero. La
Historia sigue su
curso a pesar de
nosotros. Cuanto más
datos se poseen, más
conclusiones se
pueden lograr y más
se puede uno acercar
a lo que puede
parecer la verdad.
El control del
industrialismo nunca
estuvo en manos del
obrero. Estuvo y
está en manos de los
dueños de las
industrias. Las
industrias generan
masas de dinero que
son administradas
por el sistema
financiero. La
excesiva producción
de dinero y su
derivación al
sistema financiero
convirtió a éste en
una entidad
autónoma: ya no
necesita de la
producción para
existir.
El Sistema
Financiero es un
mundo tan virtual
que ni siquiera toca
el dinero. Son
números en un papel.
Luces en un monitor
de PC. Semejante
alejamiento de la
realidad por parte
de un sistema que
controla a
industrias y
gobiernos es
alucinación pura. En
un individuo se
llama locura,
delirio. Trataríamos
de loco a una
persona que nos
mostrara un papel
con números y nos
dijera «Miren cuán
rico soy». Rogelio
Bacon no es culpable
de todo esto. Sólo
filosofó, escribió y
publicó, como otros
miles.
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